La
crónica de los Perdidos en Toro Muerto gustó más de lo que yo esperaba, porque
se me han acercado algunos amigos a contarme cosas
que enriquecen la historia de aquel lugar paradisíaco que hoy ha desaparecido. Me dicen que, a mediados de los años 70, un grupo de mujeres alemanas
hacían “camping nudista” en la orilla de la playa. Algunos muchachos que se enteraron
de eso, iban a espiar escondidos entre chaparros y matorrales, para disfrutar
de lo que significaba en aquellos días, ver mujeres con sus pechos al aire, tomando el sol bañándose desnudas.
La
anécdota es perfectamente verosímil, porque entre los años 60 y 70 en Austria y Alemania, se acrecentó la práctica
del nudismo, que inclusive llegó a ser una filosofía de vida que
planteaba integrarse hacia la naturaleza de una manera diferente. Consideraban
que el cuerpo humano no se creo para estar vestido, sino para andar desnudo. Y
la mejor forma de disfrutar del sol, el aire y el agua, era exponerse a ellos como Dios nos trajo al mundo. Ponían como ejemplo que, el
placer de bañarse desnudo no puede compararse con el de estar tapado con un
traje de baño, pues al salir del agua se mantiene una humedad corporal
inconveniente que causa enfermedades y sensaciones desagradables.
Hoy,
cuando el desnudo femenino está a la orden del día por las redes sociales,
puede parecer absurdo que unos ociosos se pongan a espiar campos nudistas,
donde más que figuras esbeltas, abundan las barrigas y las estrías, de quienes
se liberan exhibiendo cuerpos castigados por el tiempo que, más que alimentar
la fantasía sexual, la espantarían rápidamente.
Pero
hay que entender a los jóvenes “espías” de Toro Muerto en los años 70. En el
libro los Cuentos del silencio de Juan Jair Natera Tesillo, se narra como unos niños que todas las tardes iban a bañarse
a la orilla de un río, los pescadores les advertían que se aparecía una ninfa.
“No les creíamos, hasta que en uno de esos días en los que la desobediencia se
impuso eclipsando toda advertencia, fue allí un poco después de las 6, con el sol medio muerto sobre las aguas rojas,
que la vimos por primera vez, era ella, la ninfa desnuda de la que nos habló
mamá. Y envuelta en los remolinos del
río con una belleza indescriptible nos atrapó por encima del pánico profundo
que en especial me invadió a mí. Desde ese día, después de verla ondear desnuda
mostrando sus pechos juveniles, olfateables, suaves sobre la espuma, nos
sentimos sorprendidos, porque en realidad era la primera vez que le veíamos las
tetas a una mujer. Entonces decidimos no decirle a nadie que la habíamos visto
y sería nuestro secreto más preciado y peligroso”.
Creo
que eso fue lo que les pasó a los muchachos de nuestra historia, como nunca
habían visto la desnudez femenina, incursionaban repetidamente a sus escondites
sabaneros, para ver desde allí a “las ninfas de sus fantasías”
Y así
aparecen los recuerdos o crónicas del viejo Toro Muerto: primero fueron los
perdidos por la crecida del río y ahora aparecieron las ninfas, dejando cierta sospecha sobre el motivo de la costumbre de ir al rio: ¿nadar, pescar o
ver a las ninfas?