Los Olivos en 1968, cuando, todavía no era Puerto Ordaz

sábado, 15 de julio de 2023

La magia del Caroní y los paisajes del alma

Que ciudad Guayana está muy mal es un hecho indiscutible, pero decir que no tiene remedio es casi un pecado mortal: hay mucho pesimismo entre los especialistas, sobre la posibilidad de que se puedan recuperar las empresas básicas;  mejorar a corto plazo  el empobrecimiento general de la población por la desaceleración de la economía en todos los sentidos no es sencillo. Eso es cierto, pero hay algo que el desacierto humano  no ha podido destruir: la “potencialidad natural” de la única ciudad del país construida en medio de un parque y dos majestuosos ríos.

Entre las imágenes de la desolación que siempre recibo, me llegó la que me envió el amigo Antonio Grilli, para recordar un paseo que en compañía  de su esposa Ibelitze  hicimos hace algunos años, el día de la Virgen del Valle por aguas del Caroní. Antonio es uno de los lancheros que ha mantenido una estrecha relación con el río. Sus paseos navegando desde el  Club Italo, río arriba hasta la represa de Caruachi y los picnics o parrillas que hacía en bajos que están en medio del caudal, eran famosos entre los amigos que disfrutaron esa experiencia.

En el pasado, cuando no se había construido Macagua 2,  la gente de la ciudad y especialmente de Los Olivos, disfrutaba de las playas de Los pedregales, Toro Muerto o El silencio, y río arriba, La bahía, Mundo Nuevo, Kukenan, Los Sabanales, Caruachi y otras, porque el Caroní es un paraíso en movimiento. La construcción de la represa dejó a muchos de estos lugares bajo las aguas, quedando solo recuerdos de un hermoso pasado. Pero los orilleros y los lancheros han encontrado otros lugares.  Antonio descubrió unos “bajos” donde cómodamente se puede “acuatizar” y  disfrutar de un paisaje impresionante. 

Miguel de Unamuno escribió una serie de artículos sobre los paisajes de su tierra que fueron recopilados en un libro titulado Paisajes del alma. Y es que  según el citado filósofo “el paisaje es un estado del alma”. Trasladando esas reflexiones a la anécdota que comento, se puede decir que, sentado en el  rio que fluye hacia el Orinoco,  con la brisa que viene del Este a contracorriente, y rodeado  del  verde intenso de los bosques de la orilla “se siente un aliento de eternidad”

Según mi parecer, del mismo modo que Egipto es un milagro del Nilo, Ciudad Guayana es un milagro del Caroní y del Orinoco. Decía en escritor Pedro Berroeta que Guayana era el producto de la mano de Dios y de la mano del hombre. El problema es que últimamente la mano del hombre ha estado muy errática y es necesario que recobre el buen rumbo, porque los recursos que dio la mano de Dios siempre han estado allí.

Pero eso no se va a conseguir con gente que viven de espaldas a la naturaleza, como simples espectadores de teléfonos, “tables” o monitores, perdiendo la oportunidad que les está dando la vida, de disfrutar  la magia de su región. En mis tiempos de estudiante en  Caracas,  era costumbre de los paisanos oliveños  al regresar a Puerto Ordaz de vacaciones, ir de primera intención a  “echarse un baño espiritual en Toro Muerto” para dejar atrás las cosas negativas del mundo, como si el Caroní fuera el Ganges  de Guayana.   


  


lunes, 10 de julio de 2023

Atrapado en Disco Rock

Las anécdotas de la gente de Guayana amenizan y seducen  a todo el  que las escucha o lee, porque muchas veces es difícil saber dónde está la línea que divide la realidad de la fantasía. Las redes sociales sirven para que los cronistas populares, esos que están legitimados por la vida y no por decretos o intereses oficiales, cuenten las pequeñas historias de sus urbanizaciones. Por esa vía nos llegó una descripción detallada de los bares y discotecas que existieron en la ciudad. Inmediatamente, mis paisanos de Los Olivos levantaron la voz de protesta: ¡Esa lista no esta completa, faltó Disco rock!

Es comprensible la omisión, porque la lista no toma en consideración a la República independiente de Los Olivos. Allí, en los años 70, específicamente, en el centro comercial ubicado en frente de la Iglesia Nuestra Señora de Coromoto, había una cervecería muy frecuentada por los vecinos, llamada Disco Rock.

Me dicen las voces de la calle que: “Disco Rock operó en la parte baja del Centro Comercial Los Olivos, en la década de los 70 hasta principio de los 80 más o menos. Todas las semanas estaba el camión de la cristalería reponiendo el vidrio de la entrada, porque más que una discoteca a veces parecía un ring de boxeo. Quienes la regentaba tenían un bate escondido en la barra por si acaso. No tenían numeradas ni las mesas ni los puestos de la barra, y el primer foco de conflicto con los desconocidos se presentaba por su identificación: “barba y lentes, copete e brocha, chaqueta e mono, mal bañao, etc. Se identificaban según la apariencia del cliente y la creatividad del dependiente; hecho indiscutiblemente  revelador de la idiosincrasia oliveña, donde de entrada “encasquetaban” un apodo. 

Entre las anécdotas que se pueden recordar de lo acontecido en aquel entretenido lugar, está la de un vecino que quedó atrapado allí un fin de semana. Cuentan que una madrugada, de sábado a domingo, a la hora de cerrar, un cliente fue al baño sin avisar a los encargados que estaba allí urgido por una necesidad imperiosa, y estos cerraron el local dejando al hombre adentro. En aquellos tiempos no había celular y el bar no tenía teléfono; en consecuencia, quedó atrapado hasta el lunes a la hora en que el personal regresó al negocio.  Al llegar, oyeron con sorpresa que se oía música en el interior y al abrir se encontraron al cliente indignado, porque el descuido le privó de la libertad, obligándole a sobrevivir durante ese tiempo, consumiendo la existencia de cervezas, papas fritas, pepitos y todo lo que por allí había para calmar el hambre, teniendo como única compañía la música disco de la época.

El tiempo se llevó a Disco Rock, pero no se  llevó los recuerdos de los oliveños que siempre tienen muchas cosas que contar. Sin pretensiones de superioridad, se puede afirmar que Los Olivos es uno de los lugares que tiene más filósofos de licorería, esos que se paran enfrente de las ventas de licor  que allí abundan, para refrescarse y buscarle sentido a la vida. Cada vez que alguien llega a comprar, además de la mercancía  se lleva una frase estoica o epicureista: “todo está perdido, beber es lo único que queda” o la de un célebre personaje ya desaparecido que, cuando le preguntaban cómo estaba, con cara seria respondía: “como el guaraguao fregao pero acostumbrao”