La renuncia del cronista oficial de la ciudad, fue motivo de conversación sobre el perfil de la persona que merece ocupar ese cargo. Un amigo, que se destaca recuperando gráficamente el pasado, me dijo que, considera innecesario recibir un nombramiento oficial, porque ya los habitantes han reconocido su labor, y, muchas veces, es preferible ser “cronista popular” por iniciativa propia, que cronista oficial dependiendo de la voluntad de las autoridades.
Al margen de este importante debate, en estos días decembrinos, cuándo en Los Olivos se realizan las tradicionales “caimaneras” que reúnen a los futbolistas de ayer y hoy, así como a los amigos que se anotan en el compartir etílico posterior al evento, se comentó que, en la urbanización, hay muchas personas que destacan en el arte de conversar y contar anécdotas; en este sentido, personalmente, me atrevo a decir que, entre esos “cronistas populares” existen unos “ cronistas de licorería”.
En efecto, en conocidos establecimientos mercantiles dedicados a la venta de licor, siempre podemos observar la presencia de consumidores que no se apartan del lugar, sino que pasan largas horas bebiendo y conversando. Son personas de diferentes edades: en el pasado, casi todos eran del sexo masculino, pero ahora hay vecinas que demuestran tener un “buen saque” para la cervecita, que siempre remedia el calor del cuerpo y a veces aligera el peso de la vida.
Entre esos personajes, destacan quienes ejercitan la memoria repasando los acontecimientos de la vida vecinal: el comportamiento de los vecinos, tanto en lo familiar, como en lo económico, político o sexual, es lo que principalmente ocupa el tiempo de ocio que los circunstantes pasan en esas pequeñas “ágoras vecinales”; con frecuencia se recuerda al ingrato, que se olvidó de la familia o los amigos; el que nunca ha trabajado y vive a costilla de la mujer o los hijos; el primer “tipo raro” de extraño comportamiento sexual; la primera mujer liberal que salió embarazada, sin olvidar a los destacados artistas del “transfugismo”, que siempre se arriman al partido que gobierna, manifestando fidelidad incondicional con quienes detentan el poder.
De eso, y mucho más se ocupan esos cronistas de licoreria, que también elogian a los personajes virtuosos que han servido como ejemplo de lo que significa ser un buen vecino: los que con su esfuerzo levantaron familias, educaron correctamente a sus hijos, dejando una herencia moral importante para la urbanización y la ciudad, que gracias a Dios son la mayoría
Es posible que me digan que estoy confundiendo el elevado oficio del cronista, con los chismes de las “lenguas de doble filo”, a que se refiere Rafael de Leon en su Profecía, que también se hace presente, cuándo algún bebedor despechado se abraza al verso para desahogar sus sentimientos. Él problema es que ahora se ha puesto de moda colocar en la entrada de los locales, cornetas que reproducen a elevado volumen insoportables reguetones, que según Leonardo Padura, son la expresión del deterioro de la sociedad y, muchas veces, no dejan oír las historias de los cronistas de licoreria; que gusten o no, son producto de eso que se llama la cotidianidad de la gente
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