Los Olivos en 1968, cuando, todavía no era Puerto Ordaz

jueves, 12 de diciembre de 2024

Las brechas sociales en los orígenes de Los Olivos


Decir que en Los Olivos nunca hubo diferencias entre los vecinos es absurdo, porque en todo grupo humano siempre existen aunque no guste reconocerlo. Lo qué pasa, es que a diferencia de otros sectores de la ciudad, en sus orígenes había una variedad urbanista que propiciaba la convivencia entre personas de diferentes estratos económicos. En efecto, al recorrer la urbanización, nos podemos encontrar que las  llamadas casa-quintas se encuentran mezcladas con otras construcciones mucho más humildes.

Cuándo se inicia la construcción de las primeras viviendas de Los Olivos, empresas constructoras privadas desarrollaron conjuntos habitacionales formados por viviendas diseñadas para la clase alta o media de la sociedad y, al lado de estas,  instituciones de desarrollo social, como el Banco Obrero o el Instituto Nacional de la Vivienda (INAVI), construían casas sencillas y de bajos costos, diseñadas para el beneficio de la clase obrera regional.

 En virtud de esto, “cuando los Olivos no era puerto Ordaz”,  profesionales, comerciantes, empleados de empresas básicas, obreros e inclusive campesinos que vivían en las cercanías, compartían la misma vida vecinal sin ningún tipo de prejuicio: los padres iban a las mismas misas, las mismas fiestas de carnaval o tomaban en las mismas licorerias;  los jóvenes iban a la misma escuela, jugaban en los mismos equipos de fútbol o iban de pescar juntos al río. Todos compartían una comunidad con costumbres parecidas. De allí nacieron muchas amistades y familias que, por encima de los tropiezos naturales de la convivencia, se han mantenido a lo largo del tiempo formando una especie de “sentimiento oliveño”.

Eran buenos tiempos para vivir, cuando no se había complicado tan intensamente  la vida y no era tan caro mantener o disfrutar la existencia, porque teniendo un trabajo que garantizara un sueldo para las necesidades básicas, tiempo para compartir con la familia o los amigos, leer u oír la radio, era suficiente. Después la ciudad creció y lamentablemente llegaron los demonios que, paradójicamente, siempre acompañan al progreso


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