Los Olivos en 1968, cuando, todavía no era Puerto Ordaz

viernes, 12 de septiembre de 2025

La isla mágica de los oliveños

Los Olivos tenía una isla que desapareció con la inundación del lago de Macagua. Era un verdadero paraíso que estaba frente a donde ahora están los campos de futbol de Lala y el Centro de Liderazgo Nekuima, a cincuenta metros de la orilla río adentro aproximadamente. No era una isla desierta: estaba cubierta por un bosque rodeado de pequeñas playas; en tiempos de verano, cuando el caudal del Caroní bajaba, se formaba un gran playón, donde se podía jugar al fútbol o los acostumbrados deportes playeros; al caer la tarde, la brisa que venía de San Félix levantaba olas en la superficie del río que aceleraba la corriente por la cercanía de los saltos del Cachamay o  La Llovizna; el agua era clara, casi cristalina y a una temperatura ideal para bañarse. En tiempos de invierno, cuando las playas de la orilla desaparecían por la crecida del río, ni el sol ni la lluvia no era obstáculo para disfrutar del lugar, porque siempre había un árbol o una carpa que cobijaba a quienes no querían quemarse o mojarse.

El piso era de arena y tierra reseca por la humedad y los cambios de marea, donde abundaban las lagartijas y, seguramente, una que otra culebra que no se dejaba ver. No podían faltar los loros, paraulatas, cristofué y toda la variedad de pájaros que con su presencia alegraban el lugar.   Allí debutaron como pescadores algunos “oliveños” que disfrutaron por primera vez de la experiencia de sacar un pavón o una terecaya. Los bañistas que frecuentaban la isla tenían que advertirles a quienes llegaban por primera vez sobre la presencia de las rayas y la forma de caminar al entrar al agua para evitar sus dolorosas picaduras. El sitio era tan acogedor que, en días de vacaciones, había familias enteras que acampaban día y noche desconectándose completamente del mundo.

Como decía anteriormente, la isla estaba aproximadamente a cincuenta metros de la orilla y a ella se llegaba nadando, remando o en lancha a motor. Los “orilleros” que se aventuraban nadando, tenían que considerar que la ida era más fácil que la vuelta, porque para regresar había que nadar contra corriente que, como se dijo antes,  se aceleraba por la cercanía de los saltos. Otros, a veces, utilizaban flotadores o las famosas “tripas” de cauchos de carro o pequeños botes de remos y, de manera más avanzada, las lanchas de motor.Todo eso desapareció con el lago, que indiscutiblemente produjo un innegable progreso hidroeléctrico, que trajo como consecuencia dejar bajo las aguas los lugares que la naturaleza le había regalado a los habitantes de Los Olivos. 

Como las cosas que estoy contando no se produjeron en momentos en que la gente andaba como ahora tomando fotos de todo lo que ocurre a su alrededor, tengo que valerme de la reconstrucción de mis recuerdos sobre lo vivido en aquellos días. No obstante, esta vez he contado con el apoyo de un protagonista de esta historia (Rubén Lezama) que me envió las imágenes que ilustran el texto: la que está en la parte de arriba es una fotografía que forma parte de la colección de Gerardo Hoogesteyn, tomada desde un avión, donde se ve a lo lejos la isla, al lado de Toro muerto; se puede apreciar el playón de tiempos de verano a que me refería anteriormente, y la de la parte de abajo, tomada de Google Maps, tiene una línea azul, para indicar a la gente de hoy, dónde estaba y dónde debe estar ahora, bajo las aguas, la Isla de los “oliveños”.  

 

 


jueves, 4 de septiembre de 2025

Los pedregales: la playa perdida del sendero misterioso

Los Olivos es la única urbanización de Ciudad Guayana que tiene debajo del agua parte de su pasado porque la construcción de la represa Macagua II trajo como consecuencia la formación del lago que inundó las riberas, causando la desaparición de los tradicionales balnearios Toro Muerto, El Silencio, Los Pedregales y las islas donde muchos vecinos, durante muchos años, vivieron experiencias de esparcimiento y otras cosas más.

El Toro Muerto paradisiaco desapareció, aunque se intentó rescatarlo sin éxito creando un espacio similar, quedando únicamente la barriada que no se vio afectada por la inundación definitiva del lago. Lo que desapareció completamente fueron Los Pedregales, dejando en la memoria de los vecinos no solo sus gratos recuerdos, sino también sus misterios.

Para quienes no la conocieron, Los Pedregales era la playa más cercana a la urbanización.   Para que tenga una idea, está debajo del agua, más o menos, a unos cuatrocientos metros lago adentro, desde la orilla del muelle del Club Ítalo. En la época prehispánica, esa orilla de río tuvo mucha presencia indígena, que dejó huella en numerosas piezas de arcilla que fueron encontradas por los vecinos que la frecuentaban.

En el año 1966, cuando los hijos de los primeros vecinos empezaron a merodear los alrededores boscosos en busca de entretenimiento, se encontraron que, por el lindero sureste, que en aquel entonces era la calle Palermo (donde solo se habían construido casas de un lado), lo primero que se encontraba era un terreno enmontado; después, la carretera de tierra que conducía hacia Toro muerto, y más adelante, una sabana atravesada por varios caminos de tierra. Según versiones de antiguos lugareños, uno de esos caminos venía bordeando el río desde Caruachi hasta el Cachamay; otros unían casas de campesinos y otro bajaba directamente hacia el río.

Este último camino que bajaba al río, en un primer momento atravesaba una sabana de pequeña vegetación, y de repente, al acercarse al río, entraba en un bosque que crecía antes de llegar a la orilla. El sendero pasaba junto a una laguna que estaba al lado derecho, para llegar definitivamente a una playa. Al frente había una isla que también desapareció con la inundación.

Los pedregales eran un pequeño paraíso que inmediatamente se convirtió en lugar de visita obligatoria por los jóvenes vecinos de Los Olivos: allí podían pescar en la laguna, bañarse en el río, cazar las numerosas aves que por allí merodeaban e inclusive ver cómo pequeñas manadas de monos a veces llegaban desde el parque Cachamay.

 Pero además de las mencionadas opciones de entretenimiento, el lugar tenía sus misterios: como señalé anteriormente, había más de una conjetura sobre su pasado precolonial, pero otras cosas le daban características particulares al lugar: durante gran parte del año, el sendero que atravesaba el bosque se inundaba por la crecida de la laguna, pero la playa quedaba al descubierto. No obstante, no subía mucho el nivel del agua y se podía caminar un largo trecho hasta llegar a la playa con el agua a la cintura e inclusive hasta el pecho. Esto lo sabían los que frecuentaban el sitio y muchos se jactaban de que habían atravesado el sendero casi cubiertos por el agua. Al contrario, quienes no conocían este detalle, al llegar a la entrada del bosque y ver que estaba inundado, no se atrevían a incursionar en él, porque además, tenían temor por la presencia de alguna culebra de agua.

Todo esto podía parecer normal y simplemente anecdótico, pero había cosas inexplicables. Como decía,  el sendero inundado podía  ser atravesado por caminantes a los que el agua llegaba a la cintura, e inclusive por vehículo rústicos, que podían internarse en ríos de poca profundidad, el problema es que a veces sin mayor explicación, los caminantes se hundían y tenían que nadar hasta hacer pie nuevamente y los vehículos tenían la misma suerte sin que pudiera saberse cómo se habían producido estos acontecimientos, porque cuando estaba seco, el sendero era plano sin desniveles Una persona cercana,  confiada atravesaba  el bosque con su Toyota cuándo el camino estaba inundado con poco menos de 50 cm de profundidad, de repente  se hundió el vehículo  al extremo que se necesitó  una grúa para poder sacarlo de allí

Los jóvenes que vivieron aquellas experiencias hoy son sexagenarios que con nostalgia recuerdan las cosas que pasaban en aquellos lugares que se tragaron las aguas cuando se formó el lago de Macagua, dejando en las profundidades los escenarios de la historia de los primeros años de los Olivos.

lunes, 14 de julio de 2025

A la orilla del rio

Por las redes sociales dicen que el Orinoco está llegando a la cota más alta. Ese es el drama que agobia a los habitantes de las riberas que se ven afectados por el desbordamiento de las aguas. Desde mi infancia en Ciudad Bolívar, recuerdo que las crecidas del río eran protagonistas anuales en la historia de esa ciudad que vive mirando al río. Como dice Gallegos en Canaima, “Ciudad Bolívar, se empina para contemplar su río y frente a ella en la mitad del cauce esta la piedra del medio que mide la oscilación periódica del nivel de de las aguas”.

Por el  viejo y famoso malecón de la Viajera del rio, nos llevaba mi padre a ver cómo subía el nivel del  agua en la misteriosa piedra del medio, que se levanta en medio de la corriente entre ciudad, Bolívar y Soledad, también llamada “el Orinocometro”,  cargada de míticas leyendas, que cuentan ancianos orilleros, como la de la culebra de las siete cabezas, o la que alerta  sobre el peligro de que las aguas pasen por encima de ella y desaparezca la ciudad.

Cuenta Américo Fernández,  en su libro El  luchador de ayer, que gentilmente me ha enviado mi amigo Julio Diaz, que en el año 1909, se produjo una de las mayores inundaciones que se recuerde: fue la medianoche del 23 de marzo, cuando se rompe el dique que contenía las aguas que penetrando en el centro de  del la ciudad, afectaron a más de 60 casas.  (...) La gente de Ciudad Bolívar atribuyó el desastre al paso del cometa Halley, que ese año se acercó a la tierra y se hizo visible desde Venezuela.

En Puerto Ordaz, las inundaciones se producen principalmente por los lados de Castillito y el barrio Los Monos. Por allí, en tiempos de crecidas, el agua inunda los terrenos orilleros y las viviendas que en ellos están construidas. Inclusive,  la desaparecida, Hermandad Gallega, se vio afectada en más de una oportunidad por el desbordamiento del río, al extremo que hasta un caimán apareció en la cancha de fútbol

Estos fenómenos naturales han inspirado destacadas páginas literarias. Juan Rulfo, en su libro. El llano en llamas, nos regalan el cuento, es que somos demasiado pobres, donde el río es protagonista del drama. Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río. El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar enseguida y pegar el brinco de la cama, con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa." Así son los ríos.


Como los guayacitanos no tenemos un “Caronicómetro" que mide las crecidas popularmente, este sábado me acerqué a la orilla del Caroní por los lados del parque La Llovizna para ver cómo está el río. Indiscutiblemente, está muy alto (como se dice coloquialmente). Las aguas se meten en el bosque, y en el puente de Macagua, se puede observar que casi llegan a las marcas más altas de años pasados. No sé cómo la estarán pasando los que viven en las riberas; ojalá que no sea tan mal, porque una cosa es el placer de pasear por la orilla del río y la otra vivir allí, con sus alegrías y sus tristezas.

 

 

 


lunes, 28 de abril de 2025

Érase una vez en Los Olivos

El cine estaba muy lejos y la carretera era muy oscura en la noche. No entraban los años 70 cuando en la nueva urbanización el aburrimiento era la regla y el entretenimiento la excepción. No había llegado la televisión y el cine era la mejor opción pero estaba en Puerto Ordaz. Por lo tanto, si un vecino de Los Olivos quería entretenerse el fin de semana o en la noche de cualquier otro día, tenía que ir "a la ciudad" por la vieja carretera que, sin alumbrado, siempre causaba alguna incertidumbre.

Ante la necesidad de vivir las emociones de la gran pantalla, no faltaron los emprendedores que trataron de sacar provecho, improvisando espacios dedicados a la proyección de películas, que facilitaban a los vecinos satisfacer ese placer sin tener que hacer desplazamientos nocturnos. Cuenta los sexagenarios de hoy, (que en aquellos días eran adolescentes) que en la casa que está al lado del mercadito que hoy se conoce como Deli Market Express (en frente de la Casa de la Cultura), en el garaje, instalaron un cine, que proyectaba películas los fines de semana. La cartelera no era muy variada, principalmente películas mexicanas y las inolvidables de Tarzán de los monos, que siempre tenían buena aceptación. Como el lugar no transmitía ambiente cinéfilo, tampoco se formó la cultura del espectador; más bien la oscuridad era propicia para las travesuras de los muchachos, dedicados a producir ruidos burlones o a hacer guerra de chicles y otras cosas más.


Otro intento por explotar la industria del cine en los Olivos, se le atribuye a un vecino que era mecánico de mantenimiento en una conocida sala de la ciudad y conseguía las películas que ya se habían proyectado, para pasarlas luego en el Colegio Yocoima. Cobraba una pequeña cantidad para entrar y era una buena opción para los vecinos, porque losOliveños podían ver, aunque fuera con un poco de atraso, las películas que estaban en cartelera. No sería raro, por lo tanto, que en aquellos días, en el escenario del Yocoima, apareciera el clásico Érase una vez en el oeste, con Charles Bronson y la impactante Claudia Cardinale. El problema era que el camarógrafo, que no era muy diestro a veces se descuidaba, proyectando los diferentes rollos de la película de manera desordenada, y así, en más de una ocasión, el pistolero que ya había muerto, aparecía nuevamente para sorpresa del público que se enredaba con el desarrollo de la trama.

No duró mucho tiempo aquella actividad cinematográfica. Quienes acostumbran a mirar el pasado dicen que la mató la llegada de la televisión. No estoy seguro. Lo cierto es que quedó en recuerdo de quienes vivieron aquellos primeros años de los Olivos

jueves, 3 de abril de 2025

La primera comunión de Rubén en el Yocoima

En el primer conversatorio realizado para organizar la forma de recoger información para escribir la historia de la Parroquia Nuestra Señora de Coromoto de Los Olivos, se acordó dividir esa historia en cinco partes o capítulos: (i) Primeras celebraciones religiosas en el colegio Yocoima; (ii) La capilla de la carrera España; (iii) Tiempos de El Rancho de Dios; (iv) Transformación de la sede actual y (v) La parroquia del siglo XXI.

Se justifica esta división por los importantes acontecimientos que se produjeron en esos momentos: En lo que llamamos la iglesia en tiempos del Yocoima, se recuerda que en los primeros días de la urbanización, en todo el terreno que ahora ocupa la iglesia, los Scouts del grupo Kenya, el local de Mon y el Club de Leones, estaba funcionando la Constructora Hermanos Puig. En aquel tiempo, para oír misa, había que ir a Puerto Ordaz, aunque dicen algunos vecinos que pudo haberse realizado algún oficio religioso en una casa del vecindario. Oficialmente, las misas en Los Olivos comenzaron en el Colegio Yocoima, en el lugar destinado a reuniones o actos culturales. Es un tiempo nostálgico, porque estamos hablando de los pioneros de la religión en la urbanización.

Posteriormente, el terreno que ocupaba la Constructora Hermanos Puig fue dividido en tres partes: hacia la calle Portugal, se dividió entre los Scouts y el Club de Leones, y hacia la calle Vigo (frente al centro comercial) para la construcción de la iglesia y otros eventos religiosos.

Inicialmente, la capilla se construye en el vértice que formaba la calle Vigo con la carrera España (donde está actualmente), idéntica a la de la parroquia Cristo Rey de Bellavista en San Félix. Más pequeña que la actual y con distribución diferente, al revés de cómo se distribuyen los espacios ahora: el altar estaba donde ahora está la entrada principal, y se accedía por el lindero de la carrera España. Todavía no se había incorporado lo que después se llamó “El Rancho de Dios”, y algunos le decían la capilla de la carrera España.

En el terreno donde ahora está el estacionamiento, quedaron unos moldes de concreto en el piso, que servían para el vaciado de placas para los techos de las viviendas. Esto fue aprovechado colocándoles un techo de zinc, para convertirse en lo que luego se llamó “El Rancho de Dios”, un espacio abierto que podía albergar a numerosos feligreses en las concurridas misas de precepto, tiempos de Navidad o Cuaresma.

Luego vino la gran transformación. Por la acción combinada de los miembros de la parroquia, se procedió a transformar la capilla, construir la casa parroquial, el salón de usos múltiples, el estacionamiento y, de manera muy especial, el campanario, que es la imagen de la parroquia en este tiempo.

Estos son los capítulos que hay que llenar con los testimonios de los protagonistas. La investigación, seguramente, va a recoger más testimonios que imágenes y por eso en ocasiones los escritos no irán ilustrados con fotografías de lo que se narra.

Quiero ocuparme de los testimonios de los inicios en el colegio Yocoima. Es difícil, porque la mayoría de los protagonistas se han ido y los que quedan a veces no tienen mucha claridad sobre los recuerdos de aquellos días. El primer aporte que recibo es de Ruben Lezama García, que recuerda sus estudios de primaria en el colegio Yocoima, las clases de catecismo y su primera comunión:

En octubre de 1966 comencé a estudiar primer grado de primaria en el colegio Yocoima; las instalaciones eran tan nuevas que todavía no le habían colocado las ventanas. Como no había muchos alumnos, tenían que unir algunos cursos; así primer año y segundo año estaban juntos. Yo estaba un poco más avanzado, porque había estudiado en clases particulares y me sabía todo lo que la maestra enseñaba a los de primer grado. Además de lo que se enseñaba normalmente en primaria, también nos daban clases de catecismo. Y así, en 1970, cuando estaba en cuarto grado, hice la primera comunión: Fue un día domingo, despues de las confesiones el sábado; me acuerdo que sin, darme cuenta, me fui a confesar con una gomera en el bolsillo. Al día siguiente hicimos la primera comunión en donde se hacen los actos culturales; el altar no lo colocaban en el escenario, sino abajo, donde se sentaban las personas en unas sillas plegables para oír la misa. Conmigo hicieron la comunión muchos amigos que seguramente pueden contar algo más, porque en todo ese tiempo, desde el 66 y hasta que se construyó la capilla, la iglesia funcionaba en el colegio”.

Esto es una primera pincelada (a título de ejemplo) para pintar un retrato que necesita muchas manos para la imagen final, y es bueno que los protagonistas envíen sus testimonios sobre la vida de nuestra parroquia.

martes, 25 de marzo de 2025

Filosofando en Los Olivos sobre la ciudadanía y la guayanidad

Los coordinadores de la Casa de la Cultura Héctor Guillermo Villalobos de Los Olivos, nos han invitado cordialmente a Rafael Marrón y a mí a participar en un conversatorio sobre la ciudadanía y la Guayanidad; temas muy  pertinentes, porque a pesar de qué vivimos en tiempos en que la comunicación y la información está poderosamente desarrollada por la tecnología, pareciera que los valores fundamentales de la sociedad no se viven de manera necesaria.

La Casa de la Cultura de los Olivos (como coloquialmente se le dice en la vecindad) es un lugar especial: está ubicada en un pequeño bosque de eucaliptos, cedros y una de las pocas matas de tamarindo, qué quedan en la urbanización,  gracias a  la asociación civil qué,  como comodatario se encarga de su custodia y el desarrollo de las actividades que permanentemente se realiza en el lugar.

El terreno donde está construido este centro cultural, tiene una historia curiosa paralela a la de la urbanización: en principio era un lugar destinado a la práctica del fútbol. Allí se jugó un partido amistoso entre Los Olivos y Villa Brasil qué, según recuerdan los circunstantes, quedó empatado, a pesar de qué en el último minuto, el árbitro, que improvisadamente se encargó de el evento, y casualmente formaba parte de los acompañantes de Villa Brasil, pitó un penalti en favor de los visitantes que, para su infortunio, en vez de entrar en la portería fue a parar a la “bodega de los Mathinson” que era como se llamaba inicialmente el supermercado actual.

Después, en el lugar se desarrollaron competencias de ciclismo hasta que, por la tenacidad vecinal, hoy contra viento y marea se mantiene el espacio cultural. Próximamente voy a dedicar unas líneas a los buenos vecinos que construyeron la historia de la casa de la cultura.

El evento del próximo jueves 27 de marzo a las cuatro de la tarde está diseñado como un conversatorio, para que después de las breves exposiciones iniciales, los asistentes puedan compartir opiniones sobre los temas a tratar en esta primera reunión, que tiene como intención, crear un espacio que, entre la variadisima agenda que manejan los administradores del centro cultural,  permita el abordaje reflexivo de los temas que inquietan a la gente de este tiempo 


lunes, 3 de marzo de 2025

Testimonios sobre la Iglesia de Los Olivos


Por iniciativa del padre José Gregorio Salazar, párroco de Nuestra Señora de Coromoto de Los Olivos, se están organizando algunos eventos para reconstruir la historia de esta Parroquia. En tal sentido, el próximo día 11 de marzo se realizará un conversatorio, para que los vecinos se acerquen a contar sus experiencias relacionadas con la vida religiosa de la urbanización. 

Lo que popularmente se conoce como “la iglesia de los Olivoses un pilar fundamental de la vida local; no sólo por la hermosa capilla con su campanario que puede verse desde diferentes lugares, como si fuera un centinela de la fe, si no por la extensión social de la vida parroquial a diferentes sectores y los innumerables eventos que se realizan en el salón de usos múltiples. Esto, no sólo alimenta la espiritualidad, sino que armoniza la cotidianidad de quienes han escogido este lugar para pasar la vida.  

La parroquia no siempre contó con la sede donde hoy se celebran los eventos religiosos y sociales; los espacios para la fe fueron creciendo, como creció la urbanización. A mediados de los años 60, los primeros vecinos tenían que oír misa en Puerto Ordaz, hasta que se construyó el Colegio Yocoima y allí comenzaron a celebrar a la misa, en el lugar destinado a los actos culturales.  Posteriormente se construye la capilla, idéntica a la que paralelamente se construyó en Bella Vista y, más reciente, se produce la transformación con el resultado que hoy tenemos. 

Además de reconstruir mis recuerdos, estoy tratando de investigar sobre ese periodo que va desde 1966 hasta 1970, cuándo comenzó a organizarse el catolicismo en la urbanización. He observado en el libro de bautizos, que inicialmente la parroquia se identificaba como Santo Tomás Apóstol y a partir de 1970 comenzó a llamarse Nuestra Señora de Coromoto. Sobre esto escribiré más adelante cuando haya afinado la investigación.  Lo importante, es que esto tiene que ser una tarea colectiva, y no el trabajo de una sola persona, porque hay muchos vecinos que tienen cosas que contar sobre esta pequeña historia . 

La intención de estas líneas es invitar a los “oliveños” a involucrarse en este proyecto, porque, cómo se dice repetidamente, el presente no se explica por sí mismo, y el conocimiento de la historia es fundamental para tener conciencia de lo que vale el trabajo de aquellos vecinos, que fueron promotores cuando no había nada, sólo el sueño de tener una iglesia, como la que hoy está al servicio de toda la comunidad.